Revueltos por Katmandu
Antes de subir al avión rumbo katmandú, se nos revolvió el viaje en el aeropuerto de Bangkok. Ahí nos dimos cuenta que la tarjeta con el dinero para los próximos 3 meses y medio de viaje estaba extraviada. Tras urgentes y desesperados llamados a España para cancelarla, comenzábamos a pensar en la mejor idea, la más rápida y menos costosa. Suerte que conocimos a una chilena que trabaja en Katmandú. Ella, aparte de darnos una vision de este pais, nos facilitó la cuenta de un amigo suyo, nepali; para que transfirieran nuestro dinero al pais de los himalayas, los gurkas, la leyenda de yeti y el queso de yak.
Mirado desde arriba, Nepal es un pais revuelto de nubes entre montañas. El aeropuerto añoso está bien preparado y expedito para visitantes nuevos. El visado se obtiene en el tiempo que demore la fila, mientras sientes el olor a incienso y jengibre del ambiente. En el mismo aeropuerto consigues un taxi con tarifa fija a Thamel, el barrio de guest house, vendedores ambulantes y tiendas para bolsillos con divisas extranjeras cambiadas a rupias nepalíes, (hasta en el nombre de la moneda de cambio se siente cerca la India). El taxi incluyo un copiloto conversador y amable, un verdadero guía de bienvenida que nos dió las primeras pistas de un Katmandu revuelto. Cierta estética de mezcla que admite la convivencia de castas, religiones, culturas, supersticiones; simples turistas mapas en mano o aventureros extremos encajados en North Face. Las cortinas de los negocios de la concurrida Thamel estaban bajas. Un par de neumáticos ardían en una esquina próxima, piquetes de jovenes enarbolaban sus banderas rojas maoistas y graznaban sus consignas politicas en coro y lengua nepalí.
Hay otros seres que graznan revoloteando Katmandu: cuervos, como otros rapiñeros que se entienden merodeando el sagrado rio Bagmati. Justamente, los cuervos nos despertaron, anidaban en un bosquecillo junto a nuestra habitación , así que tuvimos que familiarizarnos con ellos, porque es el sonido de fondo de Nepal, graznidos y bocinas de coches entre el rumor de la muchedumbre en las calles frenéticas.
Era lunes y habia "banda, que en nepali significa "cerrado"; y es como llaman a la manifestacion coercitiva de los maoistas, que obligan a mantener cerrado el comercio en ciertas calles de barrios, donde tampoco permiten la entrada de automoviles, motos, o personas montadas en bicicleta. La paz revuelta como el intrépido tráfico de Katmandú, de motores y también del otro, que se acercan a ofrecernos y que ignoramos a pesar de nuestros pelos que llaman la atención...porque todo es signo; pulseras, peinados, barbas, ropajes, collares...las personas se cuelgan sus creencias y las lucen, nada es porque sí, nada es por verse bien ante un espejo que no sea divino.
Visitamos la casa de la Kumari. Una diosa viva, elegida entre las niñas de una casta especial, que es venerada hasta que menstrua y es elegida su sucesora. Tuvimos suerte que se asomara por un segundo literal a un balcón para dejarse ver...pero están prohibidas las fotos, y el segundo que puedes verla se transforma en un santiamén cuando al asomarse ella, y bajar la vista tú en señal de respeto, ella decide entrar a su casa cautiverio, para continuar con sus juegos. Afuera, frente a la casa, hay gente que se para y hace señas con las manos; ora, se encomienda, se persigna ...creen en esa niña furtiva que maquillan como diosa.
Paseamos por katmandú centro. Entrar, comenzar a entrar ahí, es encontrarse de golpe con toda la noción acumulada que se tiene de esta parte de oriente: sitúate en medio de una diáspora, poliforme pero unísona; idólatras, mendicidad, culto, rostros, cientos de rostros en actitud purgatoria. Era martes, y junto con los sábados, son los días cuando sacrifican animales en honor a Siva, una de las deidades de la trinidad hindú, y sus cabezas se entregan como ofrenda. Asi fue como comprendimos un toro decapitado en plena calle. Dejan correr su sangre para que caigan bendiciones sobre todas sus vidas.
Almas profanas, almas serviles, almas revueltas, desconcertantes. Katmandú fue tambien la ciudad de las estupas, emplanadas donde se rinde culto a buda, quien mira desde lo alto de cada una de ellas. Tuvimos la oportunidad de fotografiar a pequeños monjes ensimismados en sus tareas. No entendemos donde comienza una religion y termina otra, un olimpo revuelto.
En Swoyanbhunath, mas conocido como el monkey temple, los ritos se hacen entremedio de monos y lejos del bullicio tormentoso de la ciudad. Katmandú terminaba en Pashupatinat, un templo donde sólo pueden entrar sus fieles. Entonces, observamos desde los gaths una ceremonia de incineración de sus muertos; sin solemnidades, entienden de otra manera la desaparición del cuerpo. Pobres corazones los nuestros, atormentados por la única vida que tenemos... Privilegiadas invitadas son las moscas, que posan sus livianos cuerpos en cuerpos humanos, restos arrojados al sol de mediodia despues de las oraciones...
Mirado desde arriba, Nepal es un pais revuelto de nubes entre montañas. El aeropuerto añoso está bien preparado y expedito para visitantes nuevos. El visado se obtiene en el tiempo que demore la fila, mientras sientes el olor a incienso y jengibre del ambiente. En el mismo aeropuerto consigues un taxi con tarifa fija a Thamel, el barrio de guest house, vendedores ambulantes y tiendas para bolsillos con divisas extranjeras cambiadas a rupias nepalíes, (hasta en el nombre de la moneda de cambio se siente cerca la India). El taxi incluyo un copiloto conversador y amable, un verdadero guía de bienvenida que nos dió las primeras pistas de un Katmandu revuelto. Cierta estética de mezcla que admite la convivencia de castas, religiones, culturas, supersticiones; simples turistas mapas en mano o aventureros extremos encajados en North Face. Las cortinas de los negocios de la concurrida Thamel estaban bajas. Un par de neumáticos ardían en una esquina próxima, piquetes de jovenes enarbolaban sus banderas rojas maoistas y graznaban sus consignas politicas en coro y lengua nepalí.
Hay otros seres que graznan revoloteando Katmandu: cuervos, como otros rapiñeros que se entienden merodeando el sagrado rio Bagmati. Justamente, los cuervos nos despertaron, anidaban en un bosquecillo junto a nuestra habitación , así que tuvimos que familiarizarnos con ellos, porque es el sonido de fondo de Nepal, graznidos y bocinas de coches entre el rumor de la muchedumbre en las calles frenéticas.
Era lunes y habia "banda, que en nepali significa "cerrado"; y es como llaman a la manifestacion coercitiva de los maoistas, que obligan a mantener cerrado el comercio en ciertas calles de barrios, donde tampoco permiten la entrada de automoviles, motos, o personas montadas en bicicleta. La paz revuelta como el intrépido tráfico de Katmandú, de motores y también del otro, que se acercan a ofrecernos y que ignoramos a pesar de nuestros pelos que llaman la atención...porque todo es signo; pulseras, peinados, barbas, ropajes, collares...las personas se cuelgan sus creencias y las lucen, nada es porque sí, nada es por verse bien ante un espejo que no sea divino.
Visitamos la casa de la Kumari. Una diosa viva, elegida entre las niñas de una casta especial, que es venerada hasta que menstrua y es elegida su sucesora. Tuvimos suerte que se asomara por un segundo literal a un balcón para dejarse ver...pero están prohibidas las fotos, y el segundo que puedes verla se transforma en un santiamén cuando al asomarse ella, y bajar la vista tú en señal de respeto, ella decide entrar a su casa cautiverio, para continuar con sus juegos. Afuera, frente a la casa, hay gente que se para y hace señas con las manos; ora, se encomienda, se persigna ...creen en esa niña furtiva que maquillan como diosa.
Paseamos por katmandú centro. Entrar, comenzar a entrar ahí, es encontrarse de golpe con toda la noción acumulada que se tiene de esta parte de oriente: sitúate en medio de una diáspora, poliforme pero unísona; idólatras, mendicidad, culto, rostros, cientos de rostros en actitud purgatoria. Era martes, y junto con los sábados, son los días cuando sacrifican animales en honor a Siva, una de las deidades de la trinidad hindú, y sus cabezas se entregan como ofrenda. Asi fue como comprendimos un toro decapitado en plena calle. Dejan correr su sangre para que caigan bendiciones sobre todas sus vidas.
Almas profanas, almas serviles, almas revueltas, desconcertantes. Katmandú fue tambien la ciudad de las estupas, emplanadas donde se rinde culto a buda, quien mira desde lo alto de cada una de ellas. Tuvimos la oportunidad de fotografiar a pequeños monjes ensimismados en sus tareas. No entendemos donde comienza una religion y termina otra, un olimpo revuelto.
En Swoyanbhunath, mas conocido como el monkey temple, los ritos se hacen entremedio de monos y lejos del bullicio tormentoso de la ciudad. Katmandú terminaba en Pashupatinat, un templo donde sólo pueden entrar sus fieles. Entonces, observamos desde los gaths una ceremonia de incineración de sus muertos; sin solemnidades, entienden de otra manera la desaparición del cuerpo. Pobres corazones los nuestros, atormentados por la única vida que tenemos... Privilegiadas invitadas son las moscas, que posan sus livianos cuerpos en cuerpos humanos, restos arrojados al sol de mediodia despues de las oraciones...
0 Comments:
Post a Comment
<< Home